Hay un olor
a
soledad en el ambiente. Existe
un
aroma narcótico que la multitud
usa
como perfume. Acordes de una lluvia
que,
como gotas de plomo, atraviesan
cualquier
impermeable.
La gente camina
entre
sus huecos sin medir el frío
de
las estaciones. Transitan
por
cables de alto voltaje. Renuncian
a
escapar de la ciénaga. Yacen risueños,
boca
abajo, y esperan la siguiente promesa,
apoyados
en una ventana
de
PVC barato.
Existe un estruendoso olor
a
silencio tras las miradas húmedas
de las
gabardinas que desfilan al compás
de
los semáforos. Así que nadie observa
a
los cadáveres capturar
la
fragancia de luz muerta que respiran
desde
la edad de los dinosaurios.
Inaxio Goldaracena. Irrealidad. Ediciones del 4 de agosto,
2019.
Imagen: José Clemente
Orozco. El invierno, 1932.
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