¡Qué vida! ¡Qué horrorosa vida! Cuando más se sufre, cuando los sentimientos son más intensos, se le encerraba al niño, y se le sometía a una tortura diaria, hipertrofiándole la memoria, obscureciéndole la inteligencia, matando todos los instintos naturales, hundiéndose en la obscuridad de la superstición, atemorizando su espíritu con las penas eternas…
De allí había brotado la anemia moral de Yécora; de allí había salido aquel mundo de pequeños caciques, de curas viciosos, de usureros; toda aquella cáfila de hombres que se pasaban la vida bebiendo y fumando en la sala de un casino.
Era el colegio, con su aspecto de cuartel, un lugar de tortura; era la gran prensa laminadora de cerebros, la que arrancaba los sentimientos levantados de los corazones, la que cogía los hombres jóvenes, ya debilitados por la herencia de una raza enfermiza y triste, y los volvía a la vida convenientemente idiotizados, fanatizados, embrutecidos; los buenos, tímidos, cobardes, torpes; los malos, hipócritas, embusteros, uniendo a la natural maldad, la adquirida perfidia, y todos, buenos y malos, sobrecogidos con la idea aplastante del pecado, que se cernía sobre ellos como una gran mariposa negra.
Pío Baroja. Camino de perfección (Pasión mística), 1902.
Imagen: Goya. La letra con sangre entra, 1780-85.
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