martes, 8 de diciembre de 2020

UN DEBER DE ALEGRÍA


 

¿Yo fui triste?

                        En la noche

siento que avanza el mundo como el amor de un cuerpo,

como la pobre vida, combatida y cansada,

aún encuentra en la noche la ceguedad del cuerpo,

la ternura del cuerpo

queriéndose, buscando

en quién querer, con manos

deslumbradas y humanas.

 

Todavía, mientras dura la noche,

mientras la soledad, tan tuya,

y la inmensa tristeza sedienta y sin sosiego

de los que multiplican tu soledad en mundo

funden –Eugenio, España– una tiniebla sola,

todavía

algo queda en el alma, y si aprietas los ojos

por despertar, por no creer la sombra,

aún fragmentos de aurora la sangre nos daría.

 

Cuando la pobre gente de nuestro pueblo llega

del  sudor y del polvo, del trabajo vendido

con el alma cerrada, cuando

llega y encuentra el día que se acaba temblando

en la lumbre cocida y alimenticia, llega

y cae, la pobre gente oscura,

derribada en las sillas: y encuentra la sonrisa

todavía, la hermosa, prodigiosa sonrisa

–si hay algo prodigioso– del viviente que tiene

aun no lo necesario:

entonces, duramente,

algo en mí se incorpora, y siento, sin remedio,

un deber de alegría.

 

No hay fatiga. Nosotros

excedemos el tiempo. La estatua congelada

detenida en las calles, nosotros estrechamos

su mano y la fundimos.

                                               Ellos, ellos,

quienes casi no viven, y esperan, me lo dicen,

y yo puedo escucharlo.

                                               Nunca sueña quien ama, nunca

está solo. La pujanza es idéntica.

 

De la rosa ofrecida

al amor, a la piedra

fijada con amor, a las balas

hundidas y ensañadas

por amor, todo avanza

y edifica. ¡Despierta!

Y enemigo, expulsado de la tristeza, siento

cómo la aurora iza su bandera rociada.

 

(1950)

 

 

Eugenio de Nora. España, pasión de vida, 1954. En Sustancia de la tierra. Antología poética. Edilesa, 2007.

Imagen: Semión Agroskin

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