El membrillo.
Su forma.
Su color.
Más generoso cuanto más
maduro
no árbol ya
ni rama
y ni siquiera
fruto
un cuerpo
irregular
ofreciendo el milagro de su
putrefacción. Excediéndose. Dando todo
de sí
ofreciéndose al tacto
sirviendo de alimento a algún gusano
encarnando el sentido
de la contemplación –dejando que la luz
haga su sombra– haciendo de
su desaparición
este intenso perfume
este todo lo vivo
cabe en mí y de mí se desprende
este
me basta con
estar
encima de esta mesa.
Ada Salas. En (Tras)lúcidas. Poesía escrita por mujeres (1980-2016). Edición de Marta López Vilar. Bartleby, 2016.
Imagen: Vincent van Gogh. Bodegón con membrillos, 1887-88.
Ah, la fragante carne en la pútrida carne...
ResponderEliminarLa vida nuestra en la Vida.
Y además el ser como el darse, como el regalarse sin más, la lección que vamos olvidando. Salud!
EliminarGracias por ese apunte. Salud!
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