La sala de los poetas parturientos:
Un crítico inmisericorde y rencoroso con su preciosa
pistola de juguete da salida a los gritos.
De noche, desde la inmovilidad que la medicina dis-
pone, oigo:
Gritos endecasílabos, arquitectónicos gritos que,
faltos de sustancia, son como pedos,
como pedos abaciales,
pedos jerárquicos,
pedos guirnaldas,
pedos conspiradores de propulsión a chorro,
pedos demagógicos y didácticos,
follones mitineros,
gritos minuetos, graciosos,
como pedos de monjas.
También había un poeta
al que habían que practicarle la cesárea,
era preciso extraerle un pedo inconmensurable,
un pedo que venía en mala postura.
Era preciso actuar con diligencia,
con prisa,
con toda la prisa del mundo,
antes de que el gran pedo se malograra.
Ya un encuadernador de urgencia esperaba el pedo.
Ya un bibliófilo esperaba aquel pedo,
no a otro.
Oh –advirtió el poeta, como una madre precavida en el
paritorio, antes de entregarse a la anestesia–, por favor,
no confundan mi pedo con otro pedo. Sin embargo, la
razón que alienta en el alma de algunos poetas y les da
una infame seguridad se impuso: Cómo equivocarse en
cosa tan singular y única.
Sólo la poetisa, la pequeña poetisa,
ajena a toda cuestión terrenal y pedófila,
preparaba
mermelada y agrios alejandrinos.
Rafael Pérez Estrada. El grito & Diario de un tiempo difícil. Luces de gálibo, 2021.
Imagen: James Ensor. Les mauvais médecins, 1892.
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