Veo los ojos de una multitud ciega,
que se mueve sin orden,
y es un banco de peces
domando adoquines y corales
y se queda muda
con sus delirios de vodka.
Un hombre es sólo puro a solas
y una pezuña en la guerra.
Y es la multitud quien blasfema
y le prende fuego a las cosas,
la multitud borracha de terrazas
y diccionarios en blanco.
Esa multitud sin lentejas
que busca la carne ardiendo,
una muchacha a la que arrasar,
los brazos amorcillados del más débil
y esa raíz cuadrada de la muerte
sobre la niña que se hunde.
La niña recién muerta por mil ojos
que la miran morirse y que quieren
verla morir otras mil veces más.
Veo los dientes de una multitud ciega
que sólo escucha sus banderas
y qué tragedia de banderas.
Banderas sin marcapasos:
banderas a las que nadie pone un termómetro
porque las banderas no saben,
porque las banderas no hablan,
sólo con una multitud delante.
Ningún hombre a solas mira una sola bandera.
Ninguna multitud blasfema
si no tiene una bandera.
Yo veo a una multitud ciega,
llena de piernas y botas,
con sus cerillas encendidas y el instante del petróleo
y las cadenas que no suspiran
porque son cadenas para matar.
Escupo sobre Sarajevo
como ahora podría escupir sobre Rabat
y mi Marruecos,
sobre Granada y sus paseos tan tristes
en los que la multitud blasfema
con su odio de perchas enrarecidas
y sus nombres olvidados.
Esta Granada de cieno,
de nombres que ya no son nombres
y se hacen muchedumbre,
la multitud que no es nadie
sino un ejército asesino,
una maquinaria de palancas,
con su bramido inmenso de la muerte
y sus banderas.
Todas las banderas
de una multitud que blasfema
sobre tu cuerpo y el mío.
Jesús Arias. Un jardín contra tu nombre. Edición de Isabel Daza. Patronato Cultural Federico García Lorca, Diputación de Granada, 2019.
Imagen: Karl Völker. Bahnhof, 1930.
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