Fue propenso a no ver sino halos, delicuescencias, ectoplasmas: una limitación más bien incómoda que le impidió pensar en nada que no fuera del todo inexistente. Usó del soliloquio a manera de arenga y dedicó sus últimos fervores a quemar a insurrectos en efigie. No fue recompensado, sin embargo, por más que confundiera con pericia fanática el poder y la gloria. Sus correligionarios casi nunca lo olvidan.
José Manuel Caballero Bonald. Laberinto de fortuna, 1984. En Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2009. Austral, 2011.
Imagen: Eduardo Arroyo. Los cuatro dictadores, 1963.
El perfecto "sujeto": violentamente enajenado, al sistema y a su estulticia.
ResponderEliminarSalud y valentia.
La enajenación encarnada y hecha sistema y apladudida y perpetuada. Salud, LaNanaFea!
EliminarValentía*
ResponderEliminar