Pero ¡oh, tan grandes verbos!, ¡tan arrebatados
razonamientos y excursiones a las lindes
del cielo y de los siglos! Bien será que acuda
de tantas vierbas y grandezas a curarnos
la risa de Bebela. Pues a punto viene
que se anote que Bebela sabe bien reírse;
y aunque es su voz más bien aguda cuando habla
y hasta puede, si le da por predicar, sonarnos
a carraquita impertinente, en cambio, cuando
se ríe, es una risa honda y borboteante,
que parecería que le brota de las tetas,
de buena y ricachona. Que es que el que ellas hablen,
Bebela y las mujeres, es, de puro propio,
casi natural; pues esto de la lengua humana
más bien es cosa de ellas: a saber –razono–:
la lengua viva no es de nadie, no conoce
amo ni señor, ni ley ni juez que mande en ella;
lo cual se dice más despampanantemente
diciendo que es del pueblo; ahora bien, por “pueblo”
no cabe honestamente que se entienda más que
“lo que no es Poder ni Capital”, y que se define
sólo como “sometido a la Empresa y al Estado”;
pero es así que las mujeres, como se sabe,
son lo primero que el Poder domina y vende
y se constituye al someterlas, y son ellas
la primera clase enajenada y explotada
o, dicho a lo filosófico, el primer sujeto
que se hace ser objeto de lo que Dios mande;
de modo que ellas antes son que nadie pueblo;
y por consiguiente, cosa es de las mujeres
la lengua humana; y es lo más natural del mundo
que Bebela hable y que razone; y aun debemos
con plácidas orejas recibir los trances
en que la pasión la lance a férvida andanada
de opiniones sobre el caso. Ah, pero la risa
es otra cosa; y en verdad, es un milagro
cotidiano, que se debía recibir con pasmo
de agradecimiento, el que las hembras de los hombres,
con todo lo que encima tienen y lo que arrastran
de atrás de milenios, todavía sepan
reírse y que se rían. Pues, como contaban
de los sabios esquimales, que, cuando uno de ellos
prestaba al paso esposa a algún viajero amigo,
la invitación usaba un verbo que sonaba
como “hacer reír a mi mujer”, así nosotros
hagamos todo, hagamos más, para que brote
una y mil veces de los pechos de Bebela
la blanca risa en que se tronche la legítima
seriedad de los señores y de sus señoras.
Agustín García Calvo. Bebela. Lucina, 1987.
Imagen: Agustín García Calvo e Isabel Escudero, Bebela.
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