Ya somos mayores.
Soñamos más allá del primer
sueño.
Caímos demasiadas veces
como para dejar de creer en
el camino.
Demasiada inversión en
nuestros pies,
demasiados discursos
ahogados,
demasía de voces en los
desiertos.
Ni oriental, ni occidental,
sino tú mismo.
Tú mismo, fracasando en el
paseo del triunfo de la vida.
Nada existe y todo está
detrás de aquella loma
que divisa el primer sueño.
Ya es otro, pero es sueño.
Sueño de pie, sueño
levantado, sueño árido.
Cantos densos, plenos,
fértiles en su bochorno.
Aún cantamos a la inocencia.
A la inocencia que no se
resigna y batalla por su verdad.
Por su trozo de verdad
afluente que a río grande marcha.
Y después a mar abierto,
desde donde se divisa otra colina.
De vez en cuando una luz,
otra ciudad encontrada en el camino.
Otra ciudad, donde vas a
encontrar huellas de ti mismo,
de tu mismo dolor,
de tu misma tierra
fecundada.
De tu mismo cantar que no se
escucha.
Y otra vez soñarás, abierto
y confiado.
Con los ojos prestos a ver y
dejarse penetrar por la verdad
y la inocencia.
Entonces, prepárate para lo
peor.
Serás examinado,
escudriñado.
Pues en tus ojos estará la
herencia de siglos nómadas y peregrinos.
El miedo se unirá contra ti
con la inocencia primera.
Con la inocencia legal y
permitida.
Y los cobardes se unirán a
los miserables.
Y el candor interesado
disparará las balas de la estupidez.
Si sigues adelante, cantarás
la inocencia,
y sabrás por qué lo haces.
A Roma no has de llegar,
sino a ti mismo.
Y a otros, a otros
solitarios de misterio
que de amor hicieron canto
airado.
Y EL DOLOR Y LA ILUSIÓN
DIRÁN EL RESTO.
Adolfo Castaño Garrofé. En Brossa de foc. Poesía crítica en la
Barcelona del diseño. VV. AA. Descontrol, 2019.
Imagen: Alexander
Novoskoltsev. En la sala de audiencia,
1877.