El hilo se enhebra
en el estricto hueco de la aguja
y trae memoria del huso, de la rueca,
de la paciente disciplina de que hablaba
el libro de los proverbios,
del largo tránsito por el algodón,
por su torcedura
desde que alguien lo miró crecer en su semilla
imaginando el blando copo de riqueza
hasta que es parte diminuta
e imprescindible
de la bobina, la máquina, el pedal.
También del pie o los dedos que lo mueven,
lo liberan
de su propia trabazón, su coyuntura
si es hilo solo, apenas desprendido
de la costura tortuosa y necesaria.
El hilo arrastra en sí
una puntada secular e inconmovible
que nos anda trabando, remendando
al comienzo del frío, del pudor,
del forzoso reconocimiento de la tribu
en la lana, en el cuero,
en la piel,
en la enorme cicatriz de los cuerpos desnudos
y amparados.
María Ángeles Pérez López. La sola materia. Aguaclara, 1998.
Imagen: Flor Carvajal
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