Fue en Roma,
donde había en aquella época
grandes concentraciones de capital
y masas obreras con escasas posibilidades de subsistir.
Los poetas no acusaron el problema,
porque Roma debió de ser una alegre ciudad
en tiempos de Nerón,
Aenobarbo, parricida,
poeta de ínfima calidad.
Algunos hombres sencillos
envenenaron las fuentes
y se opusieron al régimen oficial.
Acaso fueron hombres como este
que yace en paz,
trabajador de humildes menesteres
o, tal vez, mercader. Un día
le fue comunicada
cierta posibilidad de sobrevivir.
(Se ignora si fue sacrificado
por semejante crimen.)
Sin embargo murió; es decir, supo
la verdad. Piadosamente
repito estas palabras
sobre la piedra escritas
con igual voluntad:
“Alegre permanece, Tacio,
amigo mío,
nadie es inmortal”.
José Ángel Valente. A
modo de esperanza, 1954. En El grupo poético de los años 50. Una
antología de Juan García Hortelano.
Taurus, 1977.
Imagen: Atenas, 2008.
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