lunes, 6 de diciembre de 2021

A quien corresponda


 

                                               Devuélvenos

                                               también

                                               nuestros cadáveres,

                                               enséñanos

                                               también

                                               los asesinos.

                                               (Ángel González)

 

Una vez más quiero volver al tiempo

del que siempre hablaré

porque le pertenezco

como el azul al mar,

como la luz al alba.

 

Y quiero

bajar a su memoria

como quien baja

al sótano que guarda

objetos, actos, versos, actitudes,

días, que con frecuencia hojeo

como páginas,

y con ellas pegadas a los dedos

salgo a la calle, aparto con denuedo

la oscuridad y pregunto,

-por si alguien lo supiera-

dónde están los cadáveres,

desde dónde nos mira

la ausencia de sus ojos,

en qué lugar esperan

la cercanía de una rosa,

su fragancia vedada por la ira,

el aire

que disipe el silencio.

 

Y pregunto también

los nombres de los asesinos,

aunque los sepa bien, sílaba a sílaba,

pero los quiero dichos en voz alta,

a gritos,

no guardados con celo en sus estuches

de dorada penumbra

desde el instante mismo en que el invierno

dejó caer su frío sobre el suelo

que ya nunca fue patria

sino desgarradura.

 

Muy pocos saben de qué hablo.

Sin embargo, no falta quien se aleje

obviamente molesto.

 

Y están los que, confusos,

se llevan a los labios

el índice gastado por el miedo

y se alejan también

aunque más lentamente,

no sé, quizá afligidos.

 

Otros, susurran evasivos: hace

ya tanto tiempo… Y vuelven la cabeza,

como si alguien de pronto los llamara.

 

También los hay que opinan sin sonrojo,

como haciendo equilibrios

sobre el filo de la conciencia,

que sería mejor dejarlo todo

dormido en el sosiego,

cubierto de benignos crisantemos

y así nadie podría

dañarse con su roce.

 

Después se van a Roma y, conmovidos,

debajo de los pórticos

donde Bernini,

hace ya más de cuatro siglos

guardó la luz del mármol,

recogen, con unción, sin miedo a herirse,

los nombres trémulos de gracia

de otros cadáveres,

los guardan en sus dijes con cuidado

y sonríen en paz.

 

No consigo entenderlo. Escucho. Miro.

 

Me quedan ya muy lejos las palabras

que con el tiempo cambian de sentido,

y acomodan sus dúctiles metales

a la oscilante

valoración de los conceptos.

 

Y más lejos aún, mucho más lejos,

perdida entre la niebla,

la luz que fue habitada por la idea,

o el aroma, no sé, tal vez por nada.

 

No consigo entenderlo.

 

Reúno amargamente mis preguntas

y releo las páginas

donde mi tiempo amarillea y sufre.

 

Como yo está cansado. Y como yo no entiende.

Y como yo, se niega a ser destruido

por esa desmemoria

más grave que el olvido porque en ella

crece y se ramifica,

estercolada por la indiferencia,

la planta obscena

de la conformidad y el beneplácito.

 

 

Angelina Gatell Comas. En Entre los poetas míos… Angelina Gatell Comas. Colección antológica de poesía social, vol. 107. Biblioteca virtual Omegalfa, 2017.

Imagen: Juan Carlos Lazaga

2 comentarios:

  1. Un océano de sangre palpita en los abismos de la memoria.

    Si de interpretar la imagen se tratara, dudo que nada pudiera hacerlo mejor que este tremendo e hiriente poema, doloroso grito surgido de la conciencia.

    Gracias, Angelina. Gracias, Conrado.

    Salud!

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    1. Gracias a ti, Loam. Contra el beneplácito y la conformidad, salud!

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