En la Secretaría de Relaciones, en Jerusalén, sabían perfectamente de quién se trataba pero se negaron, cortésmente, a darme detalle alguno de su vida y milagros. Me consta que trabajó en la ONU en 1945-1946, en la delegación británica. No sé sino que fue a Israel en 1948.
Nos ofrecieron los mejores sitios del mundo. Los ingleses los primeros, según su costumbre. Fue Uganda africana. (Nadie se acuerda de lo que les dijo Max Nordau.) Hitler, generoso como siempre, pensó en Madagascar, bella isla. Pero hay más (se sabe menos):
Es una buena historia:
el señor Truman quiso mucho
a los judíos norteamericanos
–son muchos votos: miles, miles, miles–
y en 1946
se declaró en favor nuestro.
Pero quería tener el estado a mano
y lo más cerca: California,
la mexicana; y si no más al Sur,
el Amazonas, por ejemplo, verde
entre Brasil, Perú o Colombia. Consta.
Y mandó a Cordell Hull a la ONU
para decírselo, al único diplomático
suramericano
con voz en el Consejo. A lo último
–dijo–
transigiría con la Palestina:
«Si no hay más remedio, claro.»
Cuando lo supo, México tomó
todas las providencias necesarias.
Tampoco en Suramérica se pudo.
(Hitler ya había muerto.)
–¡Cómo nos quieren todos tanto! –Fue lo bueno:
Doy fe de que así obtuvimos Palestina.
Si luego dicen que Norteamérica
apoya a Israel,
ya saben por qué:
un judío, un voto
demócrata o republicano.
o, a; a, o.
Mas si yo fuera norteamericano
¡buen voto les daría yo!
El General de Gaulle
los recibió de pie.
Preguntó a Abba Eban:
–Alors, Messieurs, nous attlaquons?
La tierra se los tragó
(estaba el Embajador)
y todavía no han vuelto.
Eso se llama
tener servicio secreto.
En mayo era, Abba Eban,
en mayo.
Max Aub. Imposible Sinaí. Seix Barral, 1982.
Imagen: Ben Shahn. 1943 AD, c. 1943.
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