Ya sólo queda el hombre
sentado junto al agua
ajeno a todo. Su mirada
se pierde entre las ramas reflejadas
y las algas sinuosas.
Bebe otro trago
y el vino se derrama por la hierba.
Impregna la quietud la tarde
que va muriendo.
El reflejo tiembla en el río y abre
una ventana limpia a su mirada.
Las hojas siguen verdes allá abajo
como en sus días escolares
y le sube una música
con sabor de limones y narcisos.
En el cristal del agua
los cuervos que ahora pueblan las acacias
son aquellas golondrinas de entonces.
Salvo el reflejo no le queda nada,
salvo ese mundo transparente
que le llama a lo hondo
como una niebla tibia
que envolviera su cuerpo.
Se oye un graznido seco
y es otra vez septiembre.
El hombre se levanta vacilante
arrojando con un gesto de rabia
contra el río el cartón de vino
y se va en busca de un lugar
donde pasar la noche
lejos del árbol, lejos del agua.
Amalia García Fuertes. En Haciendo, haciendo. Once maneras de mirar de frente. El Perdigón, 2017.
Imagen: Amalia García Fuertes. Japón, 2018.
Yo he visto hombres vomitar las entrañas, allá,
ResponderEliminarpor donde hoy transita la plastificada mueca del mercado.
Salud!
Vamos deshaciéndonos a cada aceptación de unos imperativos que en el fondo sabemos falsos y letales. Al final, cuando ya no hay tiempo, solo queda la rabia, ya inútil. La rebelión debería darse antes y colectiva siempre, porque la aniquilación es universal. Salud, Loam!
ResponderEliminarDel río, ya lo sabemos, nos habló Heráclito: nunca es el mismo y, por ello, siempre lo mismo. El poema de Amalia nos descubre ese "lo": la apertura de "una ventana limpia a la mirada" ... la música que sube "con sabor de limones y narcisos" ... ahí es donde podemos encontrarnos y perpetrar una convocatoria de lo que merece ser convocado, nunca desechado. Siempre acogidos por lo que queda de agua y de árbol.
ResponderEliminarSalud y feliz domingo !!!
Arracimarnos inmediatamente allí donde florece "lo que no se marchita", que diría Claudio Rodríguez. Salud, Joan!
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