Contemplo asombrado el flujo y reflujo
de las multitudes absorbidas y pisoteadas
por el movimiento incesante de los coches.
Me doy cuenta
lleno de pánico
que invadiendo las calles, las oficinas, las fábricas,
no hay más que repliegues temerosos, ataques brutales,
arañazos concretos sin razón aparente.
Éste es el tiempo y el lugar.
A falta de cuchillos,
aprenden a hablar con los codos y con la mirada
cada vez más agresiva.
No hay tiempo muerto,
ni tregua
entre agresores y agredidos.
Sistema de errores, empresa de bagatelas,
arquitectura de naderías,
tiempo inamovible en su esencia.
Solo palabras, gestos, miradas
que se mezclan y deshacen en un segundo,
tropiezan entre sí, desvían su curso,
se extravían como balas perdidas
que matan con más certeza por la tensión
que excitan sin cesar.
Pero que lo sepan bien alto todos los impostores,
todos, cualquier maestro del pretexto.
No,
no hay equilibrio posible en el malestar.
Miguel López Crespi. El seco pulso del tambor. Provincia, 1984.
Imagen: Bruce Gilden. Nueva York, 1984.
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