Y vinieron los zánganos con sus ojos virtuales
donde la luz se astilla
y se deprava,
con sus alas bruñidas de verdad y ponzoña,
su zumbido sintético,
su aguijón
espurio a mataperros.
Y llegaron los zánganos y el cielo
malograba por siempre la inocencia,
y no hubo ya distancias, no hubo asilos,
y la flor del desierto,
y el agua de los valles,
y el cachorro del monte,
y las hijas e hijos de los seres humanos,
se sueñan noche y día en sangre e infrarrojos.
yo
el verdugo
a la
hora precisa en que madura
el
polen y comienza la batida
yo
el sicario a resguardo
aquí
en mi alvéolo
frente
a los monitores
donde
el matiz no existe ni existe el titubeo
mis
ojos palpo que se van pudriendo
Y apenas un zumbido, un destello en el aire
y, de repente,
quienes ya son espectros,
quienes ya fosforecen en rojos, amarillos,
en los tonos violáceos que las almas
adquieren cuando son
solo entrañas detrás de una vitrina,
los perros, las acacias, los aljibes, las piedras,
y las hijas e hijos de los seres humanos,
levantan a hurtadillas la mirada,
porque se saben néctar al alcance
y la muerte ya liba,
torpemente volando, los jugos de la tierra,
el polen del destino.
Sueñan en infrarrojos las orquídeas nocturnas,
en irreales ondas de un latido,
en bucles palpitantes de aureolas que crepitan.
yo
el verdugo
en
el sótano hermético
y a
la hora precisa en que madura el polen
y mis
manos empuñan la palanca
no
estoy solo
en las
otras celdillas limpiamente
maquinal
el enjambre
pasea
compra se enamora eleva
sus
plegarias conduce su automóvil
recoge
la basura no estoy solo
frente
a los monitores
donde
rastrean mis ojos y se pudren
a
cada gota de sangre que destilan
Como fuego de azufre que un dios bituminoso
arrojara de golpe cuando el trigo germina,
sumario y arbitrario
el aguijón bastardo surca el cielo.
Negras nubes entonces florecen sin alarmas.
Todo es un objetivo:
las piedras, las acacias, los aljibes, los perros,
y los hijos e hijas de los seres humanos,
declarados hostiles se hacen humo,
se retuercen en sombras desteñidas,
y cualquiera,
más allá o más acá de las pantallas,
cualquiera que respire,
que sueñe en blanco y negro
o sueñe en infrarrojos,
yace muerto en la charca moral que nos ahoga,
desgajado el cordón de sus raíces.
como
vosotros
yo
el verdugo en mi alvéolo
yo
el sicario
frente
a los monitores donde el matiz no existe
palpo
mis ojos que se van pudriendo
y
aguardo la venganza
no
estoy solo
cuando
madura el polen y seguimos
como
orquídeas nocturnas soñando en infrarrojos
y
adorando postrados la añagaza
frente
a los monitores
no
estoy solo
no
estoy solo
no estoy solo
no estoy solo
Conrado Santamaría Bastida. Totalitaria. Ediciones del 4 de agosto, 2021.
Yo el escribiente del Primer Libro de Job:
ResponderEliminar"Pido perdón al prójimo
por asestarle el báculo
de mi presunción".
Yo el escribiente del Segundo Libro de Job:
"Pido perdón al prójimo
por asestarle el báculo
de mi presunción".
Salud, Conrado.
Joana
El báculo de la presunción y la petición de perdón no suelen ir de la mano, Joana. Salud!
EliminarCierto. Y así se me figura el proceso de humanización que “vive” Job: el descubrir que, presumiéndose virtuoso antes de sufrir daño alguno, implícitamente imponía al prójimo su medida de virtud.
ResponderEliminarSalud!
Muy cierto. Se la imponía al prójimo, y al mismísimo Dios, que tuvo que bajar de su séptimo cielo para darle explicaciones de sus caprichos. Salud!
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