Con tus manos hiciste libres
–con tus propias manos– las aves.
Hijo: qué sueñas, sombra, símbolo
del hombre que rompe sus cárceles,
del que libera pensamientos,
palabras que se lleva el aire;
del que dio canto y dio consuelo
y no halló quien lo consolase.
Solitario, mudo, ceñidas
las sienes de hojas otoñales.
En la boca reseca el gusto
de la sal de todos los mares.
La sal que dejaron las olas
de los días al derrumbarse.
José Hierro. Libro de las alucinaciones, 1964. Edición: Dionisio Cañas. Cátedra, 1986.
Imagen: Robert y Shana ParkeHarrison. Flying Lesson, 2000.
Es difícil denominar poesía a ciertos poemas situados más allá de cualquier clasificación posible. Tal es el caso de este.
ResponderEliminarSalud!
Quizás son precisamente esos poemas los que son poesía. Salud, Loam!
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