Correas que sujetan las
palabras
a la rueda inflexible de la
boca,
grilletes de decir y no
decir.
El óxido violenta las
encías,
las bóvedas oscuras de la
sed.
En el temor se enferman las
vocales.
Hay luz muy sucia en el
mandil del tiempo,
moscas sobre los zocos de la
ira,
grumos de desamparo en cada
de litro
de leche almacenada en los
arcones
con que asciende el umbral
de la pobreza.
Formas de expiación,
desgarraduras,
ganchos de carnicero que
desangran
pulmones sonrosados de
animal
-uno es Oriente, el otro es
Occidente-.
Cada animal conoce su dolor,
es inocente siempre en su
dolor.
Y con su gota espesa y
pegajosa
la tierra fertiliza los
manzanos,
la fruta que también es
inocente.
Sin embargo, al morder y al
escribir
letras de aire en su cuerpo
malherido,
la boca deja rastro de
semillas.
Omnívora y febril, también
elige
pedirle compasión a los
metales,
pedir a los grilletes que
liberen
su presa con un tajo de
puñal
que brilla como un sol
inesperado.
Que las correas suelten las
palabras.
Que sean compasivos los
metales.
María Ángeles Pérez López. Fiebre y compasión de los metales. Vaso
Roto, 2016.
Imagen: Misha Gordin
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