martes, 20 de febrero de 2024

TORQUEMADA


 

En la Universidad del hombre sabio

él, el intelectual de la violencia

angélica, la pura fe en el fuego

engendrador de la salud celeste,

mortal, voraz y verdadero mata.

Es en el mundo solitario el claustro

hermoso y gótico, donde él pasea

pensativo. La fuente corre muda.

El dominico pliega el tosco paño

que le cubre y sube a la alta celda

de los estudios del tormento: cura

agua; la máquina del potro; lecho

del interrogatorio donde el sueño

nunca podrá dormirse, perturbado.

Terrible condición ser bestia negra

el juez maldito, el consultor del odio,

el consejero lábil de la usura

santa y cerril, real de Majestades.

El gran Inquisidor guarda dispuesta

la densa máquina del Santo Oficio;

da la señal, alza la mano y pone

al exterminador en el camino

llega el soplón y dicta y dice

nombres, abre la casa, mira dentro

del jarro azul, husmea los papeles

rebusca entre los libros y contempla

los lienzos y los signos personales.

A la Plaza Mayor traen, de todos

los bosques de la patria, muchedumbre

de leña infiel y sarmentosa, única

y terrible justicia de la hoguera.

Bocas en llamas, círculos gritando;

sangre grasienta colma la sed, harta

el hambre cruel la carne cruda, grupos,

masas devoradoras, prietas lenguas

de fuego lamen, tuestan, queman fieras

los cuerpos vivos, ojos derretidos

de funeral mirada vuelta, sueltan

el olorcillo dulce y grato del hereje;

humo ceremonial entra en la trompa

del Unicornio, el miedo a ser pasto

del asesino o del veneno puro;

él, el engañador de las conciencias,

ciego de claridad, a tientas, lúcido,

por el infierno Torquemada busca

certificado de inocencia: nunca

pondrán el Sello en su papel vacío.

 

 

Manuel Padorno. Ética, 1967-77. En La palabra iluminada (Antología 1955-2007). Edición: Alejandro González Segura. Cátedra, 2011.

Imagen: Manolo Millares. De la carpeta Torquemada, 1970.

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