Muy niño, de vacaciones en
el pueblo,
un amigo llegó presumiendo
de juguete:
una carabina.
¿Subimos
a la sierra a pegar unos tiros?, me dijo.
Le acompañé sin ganas.
Y no sé por qué, ya de
vuelta,
se la pedí un momento.
En lo alto de un chopo
cantaba un petirrojo.
Sin querer apunté.
Disparé
sin querer.
No evité
lo que estuvo en mi mano,
lo que quiso mi dedo.
Desde entonces,
veo caer petirrojos.
Si compro calcetines a
precio de sobra,
con la resaca de los
naufragios,
cuando mis sobrinos juegan a
matar enemigos,
en las reuniones del Fondo
Monetario Internacional,
mientras alguien rebusca en
la basura,
bajo las bombas de Alepo.
Cada día,
a todas horas,
veo caer petirrojos.
Ritxi Poo. El silencio de los petirrojos. A Fortiori,
2019.
Imagen: Pieter Brueghel. Paisaje de invierno con patinadores y trampa
para pájaros (detalle), 1565.
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