En los hoscos desmontes de la noche instala
sus tiendas el virtuoso.
Deja
detrás un rastro
de flores mortuorias y cenicientos
mártires y vigila de cerca a los supervivientes
de esa maldita estirpe
de insumisos y de malmandados
cuyo exterminio incumbe al dios de los ejércitos.
El virtuoso evita las pernoctaciones
intramuros de la felicidad, comparte sus asuetos
con soldadescas y con clerecías
y gusta de exhibir su obsceno dogmatismo
como un nutriente de la lucidez.
El virtuoso cumple con sus pariguales
segregando monsergas y esgrimiendo
ese atroz manual del crimen por encargo.
Se llama propiamente el exterminador de lo distinto.
José Manuel Caballero Bonald. La noche no tiene paredes, 2009. En Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2009. Austral, 2011.
Imagen: Mircea Suciu. Pointer, 2012.
Si fuera un homenaje al autor, la elección de este poema no podría ser más acertada.
ResponderEliminarSalud, Conrado!
Era un pequeño homenaje, Loam. Se nos ha ido una voz insumisa, de las imprescindibles. Que la tierra le sea leve. Salud!
EliminarEl virtuoso, ese siendo larval del peor criminal, del que aprendemos las flatulencias de lo estrictamente moral.
ResponderEliminarGran Caballero Bonald. Me sumo al homenaje con agradecimiento.
Salud, Conrado.
Las flatulencias sumarísimas del eso lo arreglaba yo en dos minutos. Gracias, LaNanaFea. Salud!
ResponderEliminar😈
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