Respiramos gas, gases
contaminantes, ese aire asfixiado, lo que llaman
efecto invernadero, aunque sea verano
todavía. La culpa y su estertor,
el pecado y la muerte, y la eterna condena
–tanto infierno ya antes–. El horror,
el horror, el corazón
de las tinieblas, del que habló Conrad.
Gangrenada la vista, la alegría y las máscaras
y esa falta de oxígeno. Combustiones oscuras,
emisiones nocivas: para la fe forjaron normas, mansiones,
burkas, ritos, pero la fe es un precipicio
donde caer sin fondo, un rascacielos translúcido
iluminado en la noche. La fe es el sitio ese
que no tiene final, sin adiós
ni despedida. El lugar del amor.
La columna de fuego. La partícula inmensa, por pequeña
que sea, de esta luz en los labios. Es la espina dorsal
de estas vagas palabras.
Lo contrario, lo justa-
mente a la inversa de esa opaca
mirada, su palabra temible en un aire
ya sucio. Son
como peces metálicos, boquiabiertos,
ahogándose. Como peces sin agua.
¡Esa falta de oxígeno…!
Adolfo Cueto. Diverso.es. Visor, 2014.
Imagen: Andréi Shatilov
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