Nunca a tientas, así, como ahora, entra
por este barrio. Así, así, sin limosna,
sin tregua, entra, acorrala,
mete tu cruda forja
por estas casas. De una vez baja, abre
y cicatriza esta honda
miseria. Baja ahora que no hay nadie,
noche mía, no alejes, no recojas
tu infinito latir ávido. Acaba
ya de cernirte, acosa
de una vez a esta presa a la que nadie
quiere valer. Sólo oiga,
noche mía, después de tantos años,
el son voraz de tu horda luminosa
saqueando hasta el fondo
tanta orfandad, la agria pobreza bronca
de este bloque en silencio que está casi
en el campo y aloja
viva siembra vibrante. Desmantele
tu luz nuestra injusticia y nos la ponga
al aire, y al descarne,
y la sacuda, y la haga pegajosa
como esta tierra, y que nos demos cuenta
de que está aquí, a dos pasos. Protectora
nunca, sí con audacia.
Acusa. Y que la casta,
la hombría de alta cal, los sueños, la obra,
el armazón desnudo de la vida
se crispen.
Y estás sola,
tú, noche, enloquecida de justicia,
anonadada de misericordia,
sobre este barrio trémulo al que nadie
vendrá porque es la historia
de todos, pero al que tú siempre, en andas
y en volandas,
llevas, y traes, y hieres, y enamoras
sin que nadie oiga el ruido
de tus inmensos pulsos, que desbordan.
Claudio Rodríguez. Alianza y Condena, 1965. En Poesía completa (1953 - 1991). Tusquets, 2001.
Imagen: Ricardo Baroja. Mendigos en el puente de Vallecas, 1910.
La noche insobornable, que todo lo sabe del falso sol del hombre colonizado.
ResponderEliminarSiempre la noche de nuestra parte, a saco, iluminando. Salud, LaNanaFea!
EliminarSalut, apreciat poeta.
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